*Carta
mecanografiada.
Barcelona, 14 de
febrero de 1963
Querido Jacobo,
tal como te prometí, te transcribo
—íntegramente, para que puedas apreciar mejor el escaso importe de la alusión—
el “famoso” párrafo de la carta de Cernuda, fechada el 10 de julio:
“Octavio Paz sé que salió de París
el 2 de este mes, pero no tengo noticias de él. Le envían a India, como
embajador de México. Confío en verle aquí, a pesar de todo. Es persona
encantadora y de opinión y conocimiento excepcional en cuestiones de poesía.
Deseo verle, y la misma editorial mexicana, Avándaro, que debe preparar mi
nueva colección de versos, prepara otra de Paz. Deseo ver pruebas en este mes o
en el próximo, pero temo que la tórtuga [sic] mexicana no sea más diligente que
la española; digo esto porque el famoso numerito de “La caña gris” lleva un año
y pico, a estas fechas, sin terminarse, y no tengo del mismo sino noticias en
las que ya no creo.”
Eso es todo, y, como verás, muy
poco. Aparte de la delicada indiscreción de los señores de Velintonia,
no sé si debo acusarme yo también un poco, por haber aguzado un dardo
inexistente. Y es que ignoraba, claro está, lo que anteayer me dijiste, acerca
de las cartas dilatorias que por aquellas fechas le escribías. Posiblemente,
dichas por otra persona, esas palabras finales me hubieran sonado del todo
inocentes: Cernuda podría acusarme de haber dado por buena, sin más, la leyenda
de la intratabilidad cernudiana.
Mi viaje de regreso fue detestable.
Al sueño y la dificultad de dormir se juntaba un estado de ánimo confuso, que
siempre me sobreviene después de una “sesión continua” como la que sostuvimos
el martes. Esas orgías de repentina simpatía mutua —acaso porque son hoy, en
mí, tan raras como a los veinte años eran habituales— me dejan un sabor de
irrealidad y una vaga aprensión de haber sido, a la vez, indiscreto e
insincero. Te ruego, sin embargo, que no tomes demasiado en serio mi gueule
de bois moral; no sé por qué especie de vicio mental, no puedo ponerme a
expresar lo que siento sin que me acuda, casi inmediatamente, la sospecha de
que estoy empezando a fingir lo que sentía. La verdad es que lo pasé muy bien y
que me alegro muchísimo de haberte conocido.
[Manuscrito a
partir de aquí] Un abrazo
Jaime
Otrosí: aunque
no creo que se te ocurriese nunca hacerlo, [vuelta] me atrevo a recordarte la
conveniencia de que no cuentes a C. Que yo te he transcrito ese párrafo. Como
sabes, las cartas son un bien personal de quien las escribe, no de quien las
recibe, y acaso pudiera molestarle el que yo haya hecho uso de una de ellas,
aunque sea con una persona amiga suya.
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